Reflexiones de vida ante el coronavirus 5
- Carmen Pérez

- 5 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Esta realidad, nuestra realidad, lo que nos ha tocado vivir desde el inicio de este 2020, que para nosotros en México empezó como algo que estaba sucediendo al otro lado del mundo, en China, y que a partir de marzo empieza a ser ya tangible y nos lleva al encierro, se ha prolongado hasta el día de hoy que estamos iniciando el mes de agosto.
Ha tenido un impacto en todos nosotros. Nos cambió la vida, la manera de realizar, o no, nuestro trabajo. La relación con los otros, nuestros padres, pareja, hijos, nietos, amigos, colegas. Nuestra relación con el mundo externo.
Lo que yo he sentido de manera más profunda es la pérdida de la libertad. Ya no soy libre de moverme de la manera en que estaba acostumbrada. Si quiero salir a hacer la compra, tengo que tomar precauciones, usar cubre bocas, llevar manga larga, usar careta, que me tomen la temperatura, pasar por un tapete sanitizante, guardar la sana distancia y seguir todo un protocolo a la hora de pagar. Lo puedo hacer, si… no es lindo. Me enfrenta al hecho de que mi vida ya no es como antes de la pandemia. Y más allá de este ejemplo, lo más importante es la imposibilidad de ver a mis hijos, a mi padre, a los amigos; si llegamos a vernos es guardando la “sana distancia”. Mi trabajo ya no es presencial. Ni las clases, ni las sesiones de terapia. La relación con la pareja está rodeada de limitantes.
Es ahora una manera distinta de estar en la vida y eso me pega, nos pega, en nuestro campo emocional, en nuestro campo psíquico. Sentimos el encierro. El estar haciendo nuestras vidas en un espacio limitado nos enfrenta a nosotros mismos y en la relación que tenemos con quien convivimos. Nos falta el espacio de “afuera” que nos permitía por un lado distraernos y por otro la recarga de energía con nuevas o diferentes vivencias fuera del entorno de casa. Hemos encontrado recursos, las reuniones a través de distintas plataformas en línea, las videollamadas… pero nada de esto sustituye el gozo de besar a un hijo al saludarlo o el abrazo fraterno en el encuentro con los otros. El contacto físico está limitado, se extraña, duele.
Gran parte de nosotros estamos deprimidos, o estresados, unos más otros menos, esto se debe a que necesitamos producir oxitocina, la llamada hormona social, que regula nuestro sistema nervioso y nos permite sentir placer con las relaciones sociales, eleva nuestra motivación y felicidad. En relación con como se genera nos dice Pedro Chana, neurólogo chileno: “entre interacciones sociales tanto en humanos como no humanos, en diferentes dimensiones de reconocimiento social, emparejamiento, comportamiento sexual, comportamiento parental e incluso en situaciones de agresión” Necesitamos de las interacciones sociales con personas significativas, esto nos ayuda a liberar estrés (cortisol) y a conectarnos con el amor,el cariño, la confianza, la compasión, la seguridad, la alegría, la fidelidad y el sexo.
Así que ahora que tenemos restringido el contacto necesitamos encontrar formas de estar en contacto. Si bien las reuniones a través de plataformas como zoom con nuestros familiares y amigos son muy placenteras es importante el promoveer el encuentro uno a uno, donde podamos escuchar y ser escuchados, donde veamos y nos miren con nuestra atención plena puesta en el otro. Donde ambos sientan la cercanía, la intimidad a través de la voz del otro, el contacto amoroso y profundo.
Y en estos encuentros cercanos es importante el compartir lo que nos pasa, el nombrarlo, saber que a pesar de la distancia no estamos solos . Somos seres resilientes así que pongamos nuestra consciencia en estar para el otro sin perdernos de estar con nosotros mismos. Nos sentiremos en bienestar.





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